(Este poema nació en una ruta solitaria y lluviosa por la sierra de Guadarrama. Para mí es un poema importante para comenzar este año, con mi deseo de que la niebla de hoy nos traiga mañana el fin del diluvio)
Diluvia
Murmullo de claqué sobre las
hojas macilentas
que ensordece el silencio del que
la sierra se nutre
Quedos, agazapados,
en vano aguardan los pequeños
habitantes de las laderas
un resquicio de sol en sus
hocicos
Es escasa la tregua que da a la
algarada la tormenta
Son furtivos los colores del
otoño
Belleza monocolor de matices
infinitos
La inocencia del verdor fue vigor
para los sabios amarillos
pues bien saben que no hay muerte
más honrosa
que perecer de hielo y ocre,
inadvertidos
Mientras,
Yo y las gotas frías que,
como brasas de un fuego aventado
por el soplo de los bosques
lloran sobre mi cuerpo,
escultura fugaz
desnuda ante el abismo
Las plantas de mis pies aplastan
la pinada,
compactada bajo el peso de todo
lo que porta mi mochila
y, helada, cruje en un quejido
indescifrable
El gran dios alado del viento del
Mediodía
grita nombres que apenas rememoro
buscando congelar mis pupilas
nebulosas
en un tiempo que ya no ha de
regresar
Se estremece la piel,
expuesta al juicio de las rocas,
tensándola como espigas de trigo
oleando las cabezas
en un baile acompasado
Troncos encorvados de pinos
inmortales
resoplan mis pisadas
borrando el rastro de mi
historia,
relegada a la morada de los
musgos
Susurrando un no mires atrás
Alborotados riachuelos laten al
unísono la música del agua,
la banda sonora de la vida en
movimiento:
Lo que ves, ya sucedió.
Lo por venir, aún no ha nacido
Abajo, en la llanura,
abandonados pueblos se distinguen
como un baile de difuntos,
apenas recordados por quienes
respiraron
el clarear de sus caminos
Son ciudades, países, enteras
civilizaciones
que cayeron en las manos de
ignotas epidemias
Un día fuertes,
al siguiente moribundos tras
belicosas tragedias
El polvo que a lo lejos se
distingue son ellos,
que un día fueron grandes
Entre tanto, silenciosa e
imparable,
la montaña abraza mis torpes
rebeldías
Se adueñan de mis oídos los ecos
de Machado,
estos días azules y este sol de
mi infancia,
lejano como el exilio,
pues es éste en verdad quien nos
acaba
Al fin cierro los ojos a los
aromas más lejanos
y a ciegas invoco una tormenta
En vano busco el norte entre
vientos no propicios
Riscos atrás quedó mi brújula
extraviada
en un desierto de quijadas y
osamentas
¡Qué implacable es el destino!
Es así, desnudo y desnortado
donde atrapo mi pítica visión:
La mudada realidad.
La vida sin el frío.
Sin alivio ni dolor.
La vida en la quietud.
La que muere en las ciudades
y recomienza en la pureza del
torrente
El rastro que tallaron otras
aguas
no ha de servir de presagio,
pues la efímera certeza del
horizonte
enmudece ante el bocado de la
niebla,
señora de los días que vendrán,
con su don de libertad en la ceguera